Existe...

"Contempla con ojos radiantes el mundo que te rodea, porque los mayores secretos se esconden siempre donde menos se piensa. El que no cree en la magia nunca la encontrará..."

* Gustave Flaubert

sábado, 17 de abril de 2010






Eres como un latido,
sordo
y distante... Embriagador y adictivo

Segundos







“Era ella. Mi Chloé. La operística e insuperable femme fatale de mis relatos hecha carne y lencería. Tenía la piel más pálida que había visto jamás y el pelo negro y brillante cortado en un ángulo recto que enmarcaba su rostro. Sus labios estaban pintados de lo que parecía sangre fresca, y auras negras de sombra rodeaban sus ojos verdes. Se movía como un felino, como si aquel cuerpo ceñido en un corsé reluciente como escamas fuese de agua y hubiera aprendido a burlar la gravedad. Su garganta esbelta e interminable estaba rodeada de una cinta de terciopelo escarlata de la que pendía un crucifijo imvertido. En toda mi vida nunca había visto nada ran hermoso, ni que me diese tanto miedo.


Me dejé llevar por aquella criatura hasta el lecho, donde caí. La luz de las velas acariaban el perfil de su cuerpo. Mis rostro y mis labios quedaron a la altura de su vientre desnudo y sin darme ni cuenta de lo que estaba haciendo, la besé bajo el ombligo y acaricié su piel contro mi mejilla. Para entonces ya me había olvidado de quién era y de dónde estaba. Se arrodilló frente a mí y tomó mi mano derecha. Lámguidamente, como un gato, me lamió los dedos de la mano de uno en uno y entocnes me miró fijamente y empezó a quitarme la ropa.

Cuando quise ayudarla sonrió y me apartó las manos.

- Shhhh.

Cuando hubo terminado, se inclinó hacia mí y me lamió los labios

- Ahora tú. Desnúdame. Despacio. Muy despacio.


Supe entonces que había sobrevivido a mi infancia enfermiza y lamentable sólo para vivir aquellos segundos. La desnudé lentamente, deshojando su piel hasta que sólo quedó sobre su cuerpo la cinta de terciopelo en torno a su garganta y aquellas medias negras de cuyos recuerdos más de un infeliz como yo podría vivir cien años.

- Acaríciame- me susurró al oído-. Juega conmigo.


Acaricié y besé cada centímetro de su piel como si quisiera memorizarlo de por vida. Chloé no tenía prisa y respondía al tacto de mis manos y mis labios con suaves gemidos que me guiaban. Luego me hizo tenderme sobre el lecho y cubrió mi cuerpo con el suyo hasta que sentí que cada poro me quemaba. Posé mis manos en su espalda y recorrí aquella línea milagrosa que marcaba su columna. Su miraba impenetrable me observaba a apenas unos centímtros de mi rostro…”













Por David Martín. "El juego del Ángel"